viernes, 23 de mayo de 2025

El paso por la vida


        

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sábado, 3 de mayo de 2025

El apagón

Pedro Costa Morata



Chema Menéndez
 Interesado siempre por los aspectos sociales hace tiempo hice referencia al “Manual critico de Cultura ambiental” Editorial Trotta. escrito por Pedro Costa Morata Premio Nacional de Medio Ambiente en 1998.

En estos momentos estamos rodeados de opiniones y explicaciones acerca del origen sobre el “apagón” que afectó rotundamente a la vida y convivencia de los ciudadanos acabo de recibir el artículo de mi amigo y compañero Pedro Costa al que conozco y se de sus obras publicadas y conocimientos sobre del tema que nos afecta por lo que es de mi interés compartirlo con vosotros.




El apagón no tiene quien lo explique.
Por Pedro Costa Morata
Ingeniero, periodista y politólogo. Ha sido profesor de la Universidad Politécnica de Madrid. Premio Nacional de Medio Ambiente.
Aún coleaban las chanzas que levantó la propuesta de la Unión Europea por recomendar a los ciudadanos comunitarios que se vayan dotando de un kit de supervivencia que nos sostenga vivos, al menos durante tres días, en caso de guerra (que es por lo que apuestan estos líderes europeos nuestros, necios y agresivos, y a lo que nos negamos a poner fecha), cuando se abatía sobre españoles y portugueses un apagón eléctrico espectacular, sin precedentes, sin fácil explicación y como una inquietante advertencia sobre las traiciones del progreso aun en tierras desarrolladas y francamente privilegiadas.

Lo que nos obligó a dejar de lado la broma y a pensar seriamente, no sólo en ir haciéndonos con ese kit salvífico tan cariñosamente recomendado, sino de completarlo con algunas novedades del desarrollo tecnológico más avanzado, es decir, una vela, unas cerillas y una radio a transistores, lo que nos retraería, a los españoles, a los entrañables años de 1950, cuando la luz se iba cada dos por tres y había que disponer de quinqués de petróleo, candiles de aceite y velas eucarísticas para poder hacer frente a la recurrente adversidad.
Transcurridas las doce horas del desorden, con sus pérdidas globales (incluyendo algunas humanas), nada fáciles de evaluar, se ha abatido sobre el país, la clase política y los medios de comunicación la inevitable -urgente, justa, procedente- indagación sobre las causas del desastre y los responsables del mismo, desplegándose un colorido espectáculo de ideas y puyas, ocurrencias y navajazos.
A ver si ordeno el material y no me equivoco: las eléctricas dicen que si la demanda cayó que ellas no han sido, con los del PP de incondicionales lacayos; Vox, que el culpable es el Gobierno y sus maniobras de ocultación de crímenes oprobiosos; politiquillos de izquierda, pasándose de listos, que hay que nacionalizar la electricidad, como si la propiedad fuera determinante y la experiencia no hubieran demostrado hasta la saciedad que en estas cuestiones de redes y sistemas complejos la tecnocracia domina de forma absoluta e indiscutida (y que los tecnócratas, ya se sabe, carecen de color ideológico, resultando, sin más, peleles sometidos a la tiranía tecno-económica); politiquillos de derechas, reivindicando las nucleares (sin reconocer que nunca conseguirían imponerlas a sus ciudadanos: disparos, pues, de pólvora -oportunista- del rey); y los expertos, ¡ah, los expertos!, pues según de qué pie cojeen, lo natural. Veamos unos cuantos ejemplos y actitudes.
Beatriz Corredor, presidenta de Red Eléctrica, aleja con verbo sobrado la posibilidad de que sea responsable el organismo de control de la red, que tan dignamente preside, y trata de alejar cualquier sospecha sobre las empresas (ya que el rebote contra ella sería inmediato). Y a la sugerencia de si va a dimitir, ha contestado que “en esta casa se ha trabajado bien, así que no voy a dimitir”. Pues claro. Veo oportuno recordar que Corredor fue ministra de Vivienda con Zapatero, cuyos éxitos incontestables (vista la situación de la vivienda en España) habrán debido constituir méritos suficientes para colocarla de jefa de Red Eléctrica, con más de medio millón de euros de salario al año (¡Cómo va a dimitir esta registradora de la Propiedad, ignara en voltios, vatios y hercios!).
Ignacio Sánchez Galán, amo de Iberdrola, ha dicho que las empresas eléctricas hacen lo que les manda Red Eléctrica (¡toma ya, presidenta Corredor!) y no responde cuando le señalan que la caída de la demanda se produjo “en el suroeste” del país, léase Extremadura, donde las plantas fotovoltaicas se han disparado últimamente y donde uno de los dos reactores de Almaraz estaba parado (todo ello en una geografía dominada por Iberdrola).
Pedro Sánchez dice que no descarta ninguna hipótesis, supongo que con la esperanza de poder endosarle a Putin el mochuelo, y junto con su OTAN perspicaz se relame de gusto de solo pensarlo, esparciendo unas dudas maliciosas que han favorecido la credulidad del pueblo rusófobo, como yo comprobé en el bar del que soy parroquiano al iniciarse el apagón.
Antonio Turiel, científico experto en energía y crítico de moda (que me parece que ha optado por un rumbo de agotamiento y que le propongo evite), apunta con criterio y carga contra la improvisación y la falta de rigor con que se ha llevado a cabo la “explosión” de las renovables, dejando de lado las precauciones tecnológicas necesarias: “falta de estabilizadores”, dice, que impedirían oscilaciones excesivas de la frecuencia estándar; ya que inundar el sistema de energía renovable, que es caracterizada y eminentemente variable, es un riesgo permanente para tensión y frecuencia, como se estudia en primero de Electricidad; y no se priva de añadir, cuando le han tirado de la lengua, que “el apagón es producto de la codicia de las empresas eléctricas” (¡qué nos va a contar Turiel a los antinucleares de los 70 y los 80, los del “periodo clásico”).
Total, que entre los interesados cuya misión es entorpecer la investigación, los políticos que toman el evento como preciosa ocasión de desenfundar el puñal, los expertos que creen que las soluciones de esta vida son científico-técnicas y los ecologistas vendidos a sus fuentes de financiación, hay que buscar con lupa el rastro del crimen, con el riesgo de seguir, por el barullo noticiero y las neblinas de la mente, pistas falsas y culpables aparentes.
No obstante, en esta como en tantas coyunturas la metodología del análisis ha de ser siempre la misma: acudir a las cuestiones de principio, a los fundamentos profundos, pero básicos, del cataclismo, y a no temer quedar fuera del estúpido cortejo de quienes proponen enmendar los yerros con los mismos hilos con que se han generado: ¿que el problema es de naturaleza tecnológica? ¡pues más tecnología, hombre, que es que no había suficiente!
Es esta, en consecuencia, una oportunidad perdida para ese núcleo de esperanza, resistente entre tanta tontería: el ecologismo avispado y oportuno, al que respalda una realidad inconsistente y una racionalidad mentirosa, y de cuya tradición y núcleo transformador surge el clamor contra la creciente complejidad de los sistemas sociotécnicos y la obsesiva centralización de la actividad y la vida social; lo que es singularmente cierto en el sector eléctrico. En efecto, la dimensión y rigidez de las grandes centrales, sobre todo las nucleares, la discrecionalidad abusiva del sector privado y la opción oficial por la agresividad ecológica (¿por qué llaman transición ecológica a lo que no es más que simple estímulo antiecológico con derroche, falacia y desmadre?). Pues nada de esto he podido apreciar, y aunque solo he dispuesto de la opinión oficial de la organización Ecologistas en Acción, siento que el ecologismo político necesario, el desacomplejado y acusador, no ha comparecido como debiera, y ha hecho mutis por el foro.
Abundaré, pues, en el caso de Ecologistas en Acción, que debieran recordar que solo el ecologismo posee la clave del papel social y ecológico de la energía, muy especialmente la eléctrica, y cuya opinión debiera haber sido la más certera, a la vez que dura y concreta; pero se han descolgado con una nota que muy bien podría haberla emitido el Ministerio de Transición Ecológica (al que están enfeudados, como si fueran un órgano lateral adscrito y dependiente). Y se callan que llevan años apoyando sin fisuras (y hasta con fiereza y espíritu inquisitorial) la inundación del país por energías renovables, declarando como dogma primerísimo que son la esencia, o piedra filosofal, de la lucha climática. A destacar, en esa nota, una mini alusión a las “microrredes…”, sintetizándolas como “acercar la producción a los puntos de consumo” lo que, siendo correcto e iluminador, no ha hecho mover ni un dedo a esta organización en su favor, dando cobertura sin embargo, dentro de su mismo seno, a forofos y codiciosos negociantes de las renovables y sus estudios de impacto.
Insisto en eso de las “microrredes”, elemento tan marginal en la nota de estos ecologistas que más bien debieron ahorrárselo: creo que remiten a lo que este cronista llama “comarcalización energética, y que explicó en 1980 con ocasión de un interesante ciclo celebrado en Zaragoza (Instituto Mediterráneo, Aula Dei) sobre “Electrificación rural y energías alternativas”. Era una ocasión tan oportuna como discreta, cuando estaba claro que la oleada de grandes centrales nucleares era un disparate desde todos los puntos de vista, incluyendo el funcional de la red, y que la racionalidad definitiva, es decir, la estabilidad y la seguridad, debían venir de la descentralización geográfico-energética, con interconexiones, desde luego, pero con la garantía sistémica de que los previsibles problemas técnicos o energéticos quedarían confinados a un área limitada y manejable, sin extenderse a toda la red. Posteriormente, en esta misma línea de racionalidad (que no debe ocultar nunca la oportunidad y sensatez que conlleva el eslogan radicalmente ecologista de que “lo pequeño es hermoso”) otros han llamado a este enfoque de organización de la red eléctrica “distribución eléctrica”, con más o menos el mismo sentido: dotar al territorio de redes locales -comarcales, regionales- que supongan la máxima cercanía y aprovechamiento de las energías naturales (no necesariamente renovables) a la demanda.
Otro elemento de juicio, que resulta tabú entre tanto moderno alienado, es que la informatización de todo añade riesgos adicionales nunca sufridos, que al combinarse con la obsesión de la centralización induce fragilidad y vulnerabilidad irremediables: de ahí que apagones como este resulten inevitables. Solo los ignorantes e incapaces de tener en cuenta las limitaciones (y perversiones) de la tecnología, puesta casi siempre al servicio de los negocios y no de la sociedad, pueden esperar mejoras netas de su aplicación irrestricta en el proceso productivo (cuando suele consistir en aplicaciones ambiguas, inseguras o peligrosas).
Porque, si rechazamos el oportunismo pernicioso de llamar renovables a las energías que siempre fueron consideradas -sobre todo por los ecologistas- como energías alternativas, tendremos que ceñirnos al profundo significado y la exigencia socioecológica de estas energías, que es estimular y adaptarse a una sociedad alternativa, que muestre signos y perspectivas de viabilidad y supervivencia, no como la que rige. Porque no es otra la función social y ética del ecologismo: proponer vías de convivencialidad y de imbricación con la naturaleza, apelando con insistencia y dureza a que los avances tecnológicos han de desenvolverse siempre -para que no traicionen y machaquen- “a la medida del hombre” (y de la mujer, habría que añadir hoy…), dando esperanzas en un mundo en el que sus dirigentes insisten en llevarnos al despeñadero. Por eso, la verdadera racionalidad energética (no la de los farsantes del MITECO y de sus beneficiarios) es seña originaria, prístina e irrenunciable del ecologismo como movimiento sociopolítico de innegociable carácter ético
Y como telón de fondo, aunque resulte inaccesible a tanto zoquete surgido de la política, los negocios, la industria o la ciencia y la tecnología, recuérdese una y otra vez que no podemos seguir creciendo y creciendo, y mucho menos en consumo energético, llenándolo todo de voltios, vatios y amperios, y haciendo del sistema económico una insaciable máquina devoradora de energía, absurdamente compleja y peligrosamente frágil.
Sépase, pues, que apagones como este y otras desgracias generadas por el complejo científico-técnico, se repetirán, si no con más frecuencia, sí con mayor potencia devastadora.