“No todo el mundo sabe diseñar con palabras un mundo, revelar sentimientos íntimos a través de la palabra para poder aliviar un dolor o comprender por qué estamos siempre buscando el sentido de la vida en general y de la nuestra en particular”
Fragmento del texto de Antonia Molinero —Directora de la Escuela Literaria y miembro del jurado— en la presentación del libro de “SEÑALES MINIMAS microrrel(A)*tos”.
EL ORGANILLO
Noche apasionante en Madrid, años sesenta, cabaret de prestigio de la vía principal, clientes, camareros, camareras, prostitutas, chulos y cerilleras donde la burguesía madrileña se mezclaba con escritores, poetas, artistas y vividores de los aledaños del Fontoria. El antro de moda: ritmo, frenesí, diálogos profundos, escenas excitantes, peleas, encuentros con desconocidos, humo y alcohol todo lleno de esa música suave y deliciosa llegada de Nueva Orleáns que invita a la aventura en busca de la divinidad.
Divinas eran las relaciones que se entrelazaban entre un camarero atrevido de Lavapiés, el músico Frederick, la mujer del marqués de la Estrada la más castiza del barrio de Chamberí y el propio marqués al que no le disgustaban esas melodías llegadas de Nueva Orleans.
Madrugada tras madrugada en el furor de la noche el amor se descubrió: el marqués se fue con Frederick y doña Concha la del marqués, se quedó con el Manolo, el camarero atrevido y postinero que tocaba su organillo con especial atención.
No hubo nada más venturoso e inquietante que vivir las noches en ese tugurio lleno de hombres y mujeres con ganas de divertirse, sin prejuicios ni límites. Lo sé porque el camarero era yo.
Chema Menéndez
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